09 octubre, 2009

Regis Iussu Cantio et Reliqua Canonica Arte Resoluta

"El Concierto de Flauta de Sanssouci", por Adolph Mensel, muestra a Federico el Grande en uno de los recitales que otorgaba cotidianamente en su salón de música.

La música resuena constantemente en el palacio de Federico II de Prusia, mezclándose con los suaves aromas de la primavera. Todo un jardín musical florece día tras día en las enormes salas del castillo. Por sus paredes retumban con vigor el delicado y bello sonido de los violines, el preciso caminar de los cellos y el suave cantar de las flautas. ¡Ah, las flautas! Desde su más tierna infancia el rey había cultivado una gran pasión por este delicado instrumento. Pasión que no tardó en manifestarse en la forma de una habilidad y sensibilidad especiales. Su amor por la música era aquella fuerza que guiaba su existencia, y por la cual estaba dispuesto a pagar cualquier precio con tal de defender. Es así como vivió su adolescencia confrontado con su padre, quien no aprobaba de sus placeres artísticos. Incluso llegó al punto de ver a su mejor amigo ejecutado por un tribunal de guerra debido a esta pasión que compartían… pero esa es otra historia. Escondidos lejos en algún rincón de la memoria del joven rey se encuentran aquellos traumáticos momentos juveniles. Su padre había muerto tiempo atrás, y muy a su pesar, Federico había heredado el trono, convirtiendo a aquella acérrima fortaleza en un lugar lleno de vida y color. De esta forma, La primavera había heredado el reinado de manos de su padre el invierno.
El rey lo poseía todo. Una nación a sus pies, todo el lujo y el dinero que uno se pueda imaginar, y un ejército que necesitaba solamente que levante un dedo para atropellar algún reinado vecino. En pleno auge del autoritarismo absoluto, “El estado era Federico”, parafraseando lo que el Rey Sol había expresado años atrás. Pero aquello que verdaderamente colmaba el corazón del rey con orgulloso era su corte de músicos. A su alrededor se congregaba constantemente un eximio séquito de artistas, entre los cuales se encontraban nada más y nada menos que Carl Philipp Emanuel Bach, hijo de Johann Sebastian, e incluso más célebre que su padre en vida; Johannes Joachim Quantz, maestro y virtuoso de la flauta travesera sin paralelo en la historia de la humanidad; el gran compositor de operas y música sacra Carl Heinrich Graun; y los hermanos bohemios Franz y Georg Benda, el primero considerado el padre de la escuela alemana de violinistas. En la corte del rey Federico “El grande” la música era el centro de la vida social; y tanto la libertad como la capacidad artística con la que estaban dotados cada uno de los músicos llevó, rápidamente, no solo a que el palacio de Potsdam se estableciera como posta obligatoria de todo músico que viajaba por las tierras prusianas, sino también a que se convirtiera en un ávido centro de creación y progresión musical. Sus artistas, combinando el estilo contrapuntístico propio del barroco con un mayor coqueteo emocional y gran fuerza expresiva, sentaron los cimientos de un barroco tardío berlinés. Este “Estilo sensitivo” como se lo denominó, fue un influjo de fuerte inspiración del cual mamaron tanto Haydn como Beethoven, auténticos gigantes del clasicismo.
Sin embargo el rey no era feliz. Poseía todo el oro y poder del mundo, pero esto no podía saciar su vacío. Era reverenciado como la figura artística más importante de la época, y los compositores de todo el viejo mundo se peleaban para que alguna de sus sonatas para flauta fuera tocada por las mismísimas manos del virtuoso rey de Prusia. Sin embargo el rey deseaba algo que todavía no había logrado conseguir. Su mayor anhelo era que aquel músico que el tanto admiraba, ese que había sido la influencia más importante en su consolidación musical, se presentara en su palacio y toque una fuga para deleite de sus oídos. Cada día que pasaba se imaginaba aquel momento con mayor obsesión. Incluso llegó al punto de componer un tema con ayuda de sus músicos, el más bello tema que jamás había elaborado, con el fin de reservarlo para aquel día en que su héroe lo deleitara con su música. El rey soñaba con el día en que el gran Johann Sebastian Bach se presentara ante él. Lo que no sabía era que aquél día estaba próximo a llegar.
El día 7 de mayo de 1747 el sol despuntó, tiñendo el cielo europeo de cromáticos tonos carmesíes; y el alba, sorprendió a Bach cansado y molesto. Hace dos días que estaba viajando por los interminables caminos germanos, algo que a su edad le resultaba muy agotador. Estaba yendo a visitar a su nuera, quien estaba embarazada por segunda vez de su hijo favorito, Carl Philipp Emanuel. Pero antes, había decidido pasar por la residencia del rey, de quien tantas maravillas escuchado. Todavía quedaba mucho camino por andar, faltaban campos por atravesar y ríos por surcar. Con suerte a la tarde lograrían llegar y podría cambiarse, comer y dormir un poco. Ya no se encontraba en estado para semejantes viajes.
El día transcurrió como cualquier otro en el palacio real, y a la tarde, el rey y sus músicos se preparaban para deleitar a sus invitados con su habitual concierto vespertino. Antes de salir, los músicos se encontraban en una sala lateral, pacientemente afinando sus instrumentos y dando los últimos toques a la presentación del día. En ese momento el rey fue interrumpido por uno de sus súbditos, quien le acercó la lista de personalidades que había arribado al castillo. Mientras ojeaba la lista, el rey se puso pálido y congeló la respiración. Apoyó su flauta y se levantó de su silla, el corazón latiendo con una pasión inusitada, y con la mirada fija e inmutable dijo: “Caballeros, el viejo Bach ha arribado”.
Bach fue llevado directo a la presencia del rey. Su estado de higiene lo llenó de vergüenza, ya que ni siquiera le habían permitido cambiarse y sacarse aquellas ropas de viaje. Así es como Federico conoció a su ídolo, sonrojado e incómodo, mal vestido y de muy mal humor. Pero al rey no le importaba nada, estaba radiante de alegría, esbozando una sonrisa que nunca nadie había visto. Se agachó, reverenciando a aquel viejo hombre, que a pesar de no poseer ningún título, era rey de sus pasiones. Luego de una rápida introducción, el compositor fue paseado por todos los cuartos del palacio, y forzado a tocar en los 14 pianos de los que el rey era dueño. El joven Federico no podía contener la necesidad de demostrarle al viejo hombre que él, gracias a las influencias que el mismísimo Bach había aportado a su vida, se había convertido en un músico de una excelencia quizás equiparable a la del maestro. Su primera jugada era ésta, deslumbrarlo con su colección de pianofortes, instrumento que había sido recientemente creado. Pero el rey se guardaba un as bajo la manga, aquella vieja composición que había perfeccionado durante años, y que finalmente hoy cobraría vida.
Luego de varias horas cuando el tour había llegado a su fin, Bach recibió de manos del rey aquel mimado motivo, que posteriormente llamaría Thema Regium o tema del rey. En ese momento le fue pedida una tarea monstruosa, algo que únicamente un número de músicos que se cuentan con los dedos de la mano han podido realizar en la historia de la humanidad. El rey solicitó que Bach improvisara una fuga a 6 voces basada en aquel tema, lo cual fue seguido por un largo e incómodo silencio en la sala. Bach era conocido por realizar semejantes monumentos artísticos, pero no se encontraba en su mejor estado ni humor. Incluso el público presente vio aquello como un tipo de ataque contra la personalidad del músico, un intento de demostrarle que ya no estaba a la altura de aquella nueva generación de músicos entre los cuales se encontraban el rey, Bach hijo y los demás artistas de aquella escena preclásico. Lo que en una época había sido idolatría se había convertido ahora, luego de la maduración artística del rey, en cierta arrogancia. Johann Sebastian encontró entonces la manera perfecta de excusarse. Alabando la composición del tema, dijo que era demasiado compleja para poder realizarse semejante improvisación, y que, si el rey así lo permitía, prefería improvisar una fuga únicamente a 3 voces, y luego enviarle al rey algo más complejo cuando tuviera la posibilidad de estudiar el tema más en detalle. El rey, cegado por su orgullo, aceptó. A lo largo de los años, aquel sueño de escuchar a su ídolo, se había convertido en el sueño de ser él el idolatrado. Con una sonrisa pacífica, se aposentó en su trono, y oyó aquella “pobre” improvisación a 3 voces. Aquella noche se puso en manifiesto como aquel joven que luchaba con bravía por su arte se había convertido en un rey soberbio y con un corazón corrompido.
Dos meses después de aquel encuentro, Bach enviaba al palacio del rey no solo una transcripción basada en aquella improvisación a 3 voces, sino que con ella iban también la tan deseada fuga a 6 voces, una sonata para flauta, violín y clave, y nada menos que 10 cánones basados en el Thema Regium, que en su conjunto son conocidos hoy en día como la Ofrenda Musical, no solo una de las obras más importantes que Bach compuso en su vida sino también una obra fundamental en la historia de la música occidental. Sin embargo, se cree que el rey jamás tuvo noticias de ella. Al momento de recibirla se encontraba éste al frente de una de sus tantas campañas militares, con el corazón hinchado de auto idolatría. Creyéndose superior a todo hombre, casi un semidios se podría decir, Federico II “El grande”, era en realidad mucho más inferior de lo que pensaba. Es así como hoy, a pesar de haber compuesto más de 100 sonatas para flauta y 4 sinfonías, el musicalmente olvidado rey de Prusia es recordado más por lo que permitió que otros compusieran que por lo que él mismo compuso. La música que su corte otorgó al mundo es considerada como un eslabón clave del desarrollo del barroco al clasicismo, y su Thema Regium es recordado meramente como la chispa que desató un fuego, cuyo nombre es la Ofrenda Musical. Aquella ofrenda musical, dedicada a un rey músico cuyo orgullo, había convertido en un rey sordo.

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