19 septiembre, 2010

Breve historia de una industria

Diciembre, 1877. Un hombre joven ingresa en las oficinas de la Asociación Científica Americana con un extraño aparatejo bajo el brazo. Sutilmente se abre paso hasta el escritorio principal en donde, ante la vista de todos los ahí presentes, deposita la pequeña e inofensiva máquina de color oscuro. Sin ningún tipo de preámbulo, da vuelta a la minúscula manivela con aquella seguridad que se apodera del hombre cuando éste actúa guiado por el destino. La insignificante máquina entonces, con una voz estridente y distorsionada, se presenta a si misma: “Buenos días. ¿Como están? ¿Les gusta el fonógrafo?” De más esta decir que, haciendo gala de tan singular presentación, la patente fue otorgada de forma inmediata al señor Thomas Alva Edison. A partir de ese día, la música pasaría a ocupar no sólo tiempo, sino también espacio.
Como suele ocurrir en este tipo de ocasiones, el inventor fue completamente inconsciente de las consecuencias que su obra derramaría por sobre las sociedades. Inmerso en un mundo de leyes físicas y materiales conductores, el visionario emprendedor alcanzaba únicamente a entrever una mejoría en el sistema de telégrafos. La gente, igualmente ingenua, se agolpaba frente a los primeros fonógrafos parlantes en las plazas y escuchaba una reproducción de su propia voz grabada segundos atrás, todo por el módico precio de un centavo. Sin embargo, una profunda conmoción se estaba gestando, y pasaría poco antes de que el mundo se arrodille ante sus consecuencias. Quizás la única persona consciente de ello en aquel entonces fue el compositor Arthur Sullivan, quien en 1888 luego de presenciar como su propia voz era condensada en un cilindro de cera y posteriormente imitada a la perfección por una simple aguja y un cono, se acercó a Edison con el ceño fruncido, y dijo con total seriedad una afirmación que aún hoy en día mueve a la reflexión: “Estoy aterrado ante el pensamiento de que tanta música mala y deleznable pueda ser conservada en discos para siempre.”
Sus sospechas fueron confirmadas de inmediato. Los materiales de grabación se volvieron más sólidos y fáciles de manipular, las grabaciones cobraron mayor longitud y mejor calidad. Tan solo 10 años luego de que Edison diera el puntapié inicial, se creaba en Filadelfia la American Graphophone Company, empresa que se convertiría posteriormente en Columbia Records. La fabricación de gramófonos comenzaría tímidamente, con una producción de unas 3 o 4 máquinas por día que realizaban en su tiempo libre los trabajadores de una fábrica de máquinas de coser. Este tipo de situaciones que hoy en día nos llegan como anécdotas de un mundo casi surreal, eran típicas de finales del siglo XIX, época en la que la reproducibilidad de la música era algo más cercano al ocultismo que a la vida civilizada, concepción que le valió a Edison el sobrenombre de “el mago de Menlo Park”, lugar en que se encontraba su residencia.
Pronto se descubrirían las ventajas de fabricación y almacenado que el disco presentaba frente a los cilindros. Su invención, a cargo de Emile Berliner, iría de la mano de la creación de la Deutsche Grammophon, compañía germana pionera en la industria musical, que comenzaría vendiendo sus discos en jugueterías para luego ampliarse y ofrecer su mercadería también en bicicleterías (bicicletas en verano y discos en invierno, era el slogan). El nuevo siglo vería el nacimiento de los primeros artistas en consolidarse a través de la venta de discos. El tenor italiano Enrico Caruso, y el cantante afro americano George Washington Johnson destacaron de aquella camada inicial que demostró al mundo el potencial ilimitado que la naciente industria poseía. Sin embargo, sus detractores aún podían encontrarse por doquier. El cantante de ópera Feodor Chaliapin demoró años en firmar un contrato discográfico por miedo a perder la voz cuando ésta fuera grabada; mientras que el director de orquesta Otto Klemperer opinaba que “escuchar un disco es como acostarse con una fotografía de una bella mujer”.
En los años ’20 los avances en la tecnología radiofónica se alzaron como un serio peligro para la industria discográfica, aunque finalmente ambos enfoques pudieron dejar de lado sus diferencias y estrechar sus manos en signo de pacífica colaboración. 1925 fue el año de comercialización de los primeros discos grabados de forma digital, y ya para 1927 se lanzaba la primera película sonora, The Jazz Singer. Acoplados al creciente desarrollo técnico, los récords de ventas se batían año tras año, a medida que artistas de la talla de Louis Armstrong, Bessie Smith y Benny Goodman dejaban su música plasmada para la eternidad. Se podría señalar a este momento como la verdadera transición que convirtió a la industria de la grabación en la verdadera industria de la música.
Pronto llegaría el vinilo y los equipos económicos de reproducción, el boom de ventas de la posguerra, los primeros discos de oro y la consolidación de los formatos LP y EP. La invención de las cintas magnéticas no solo aumentaría exponencialmente las ventas, sino que modificaría sustancialmente la creación de la música misma, desde la músique concrète de Stockhausen al vanguardismo de Frank Zappa y el pop de The Beatles o The Beach Boys. A su vez, Les Paul, no conforme con ser el creador de la guitarra eléctrica, fabricaría también los primeros dispositivos de grabación multipista. Desde acá, el camino se torna más familiar y transitable: el sonido estereofónico, la alta fidelidad, y la llegada de los primeros walkman; cada paso se constituía como un peldaño más hacia la irremediable consolidación institucional.
Sin embargo, y como tantas veces en la historia de esta peculiar industria, la revolución se encontraba a la vuelta de la esquina. En 1981, y luego de casi seis años de arduo trabajo que culminaron en un esfuerzo en conjunto de las compañías Sony y Philips, se realizó la primera prueba oficial del disco compacto, siendo la Sinfonía Alpina de Richard Strauss la homenajeada. Al año siguiente, el mercado se vería inundado de Cds, entre los cuales destacaron instantáneamente las producciones de ABBA, Billy Joel y The Bee Gees, que conformaron el equivalente al Big Bang del audio digital. Ya para 1985 la gente quedaba anonadada frente a la venta de un millón de copias del Brothers in Arms de Dire Straits, suma que hoy en día resultaría prácticamente ridícula frente a los más de 50 millones de Thrillers que habitan las discotecas hogareñas de todo el mundo. La vorágine de consumición y renovación había finalmente inundado (y contaminado) al mundo de la música.
Las consecuencias de esta tendencia son predecibles. Las discográficas comenzaron a funcionar como las inmensas compañías transnacionales que antaño plagaban únicamente la explotación de recursos naturales, las telecomunicaciones o la producción alimenticia. Es así como se instauró la especulación económica y la concepción del arte como mero intermediario a la obtención de dinero, necesariamente acoplado a la manipulación de las masas vía bombardeos propagandísticos. La tendencia globalizadora (64 de los 67 discos más vendidos de la historia provienen de ex – miembros del Commonwealth británico) no haría más que perjudicar la voz musical de los pueblos, cuyas bandas y productoras no podían competir en el mercado contra los despiadados gigantes. Este manejo inescrupuloso a su vez afectó de forma sustancial la propia creación musical. Los casos de artistas atropellados por la industria son infinitos, aunque el punto preciso en el que las compañías se convirtieron en el “malo de la película” es difícil de señalar.
La premisa “todo gran artista tuvo en algún momento un choque con su discográfica” es absolutamente irrefutable. Bandas obligadas a cumplir con plazos de lanzamiento, censuradas y reencausadas en direcciones más ortodoxas (y más rentables también), limitadas en su libre expresión y comportamiento, amenazadas y muchas veces dejadas de lado. Como bien decía Frank Zappa en su representación en vivo del tema Titties & beer, para muchos artistas tener un contrato con una compañía discográfica (en este caso Warner Bros.) era literalmente estar atravesando los fuegos del infierno.
Sin embargo, los signos de lucha y rebelión podrían impregnar anales completos de historia musical. Quizás un ejemplo conmovedor es el caso protagonizado por la banda inglesa Henry Cow a mediados de los años ‘70. De un día para el otro vieron como su contrato con Virgin Records era cancelado ya que no le resultaban rentable a la compañía. Frustrados, emprendieron una gira autofinanciada por Europa, durante la cual conocieron muchas bandas con un mismo espíritu… y unos mismos problemas. Decididos a hacer que el mundo escuche su voz, organizaron en 1978 el recital Rock in Opposition (RIO), que evolucionó hacia un colectivo de bandas unidas en su oposición a la industria de la música y las presiones que comprometen la expresión musical. El RIO es aún hoy en día un género de música vanguardista y ecléctica, que retiene aquella esencia y aquel combustible belicoso original.
Pronto se le sumarían las corrientes Do it Yourself (DIY) que tan explícitamente instalaron los movimientos punks. Comenzarían lentamente a nacer también las discográficas independientes, destinadas a captar aquella música dejada de lado para venderla de forma módica a los pequeños grupos de inconformistas. Pero pronto, la industria sufriría una nueva revolución, y esta vez no sería a su favor.
Internet - Caída en las ventas de discos del 25% - 12 billones de pérdidas anuales - Posible causa de suicidio de más de un director general. Nuevamente, y como había ocurrido ya en 1877, la motivación había sido totalmente ingenua: poder compartir música con amigos. Sin embargo el resultado fue Napster; y las consecuencias, masivas. Tan solo operó durante poco más de dos años, al final de los cuales había acumulado demandas de Metallica, Madonna y Dr. Dre. Las grandes empresas no estaban de acuerdo con ver como millones de personas conseguían sus productos de forma gratuita, y Napster se vio obligado a cerrar sus puertas. Muchos otros llegaron para suplantarlo, y sus clientes se multiplicaron a todo lo largo y ancho del globo. Nuevas medidas fueron tomadas, esta vez contra usuarios particulares, pero a pesar de todos los intentos el fenómeno se les escapaba de las manos. Por primera vez en más de un siglo, los empresarios veían como perdían el control del flujo de la música, y la visión los horrorizaba.
Pero no era únicamente el público el que se les escurría entre los puños, sino también las bandas. Con las mejoras tecnológicas en términos de grabación, y la universalidad de la PC y la web, los músicos descubrieron que ya no dependían de las compañías, los productores ni los ingenieros para hacer ni distribuir su arte. Utilizando las plataformas P2P y las ventajas de páginas como YouTube o MySpace, cualquiera podía volverse famoso de la noche a la mañana, sin necesidad de contratos engorrosos y abusivos, ni compañías moldeadoras y succionadoras. Bandas como System of a Down comenzaron a fomentar la descarga de su propia música, aludiendo al hecho en el nombre de su disco Steal this Album. Otros, como Radiohead o Anathema, cansados de la burocracia decidieron comenzar a “colgar” sus discos online, disponibles para descargar de forma gratuita o donando una cantidad de dinero a disposición del comprador. No son pocos los que han descubierto tarde los poderes de la web, grupo al que se sumó recientemente Lars Ulrich (baterista de Metallica), luego de apoyar abiertamente la descarga de su música en el documental Global Metal.
La revolución cibernética ha modificado completamente las reglas del juego, alterando los niveles de poder de los participantes involucrados. Los contratos se vuelven más laxos, a medida que los artistas dependen cada vez más del merchandising y los recitales en vivo para subsistir. Además, la descarga legal de música (implementada con el debut del iTunes Store en el año 2003) ha alcanzado niveles impensados por aquellos que sobrevivieron a la crisis de Napster. Hoy en día más de un cuarto de toda la música se vende por internet. Si bien aún no termina de compensar las mermas producidas en las ventas de Cds, abre la puerta para el desarrollo en un futuro no muy lejano de una nueva y distinta interacción entre las bandas, las discográficas y el público.
En la actualidad nos encontramos frente a una industria que no consigue recomponer su paradigma. Luchando incómoda entre las ventajas y las desventajas de la red, no encuentra la manera de volver a ser la reina del juego. El advenimiento de la cibernética ha destruido aquellos dos preceptos sobre los cuales había construido todo su poderío; hoy por hoy la música no necesariamente cuesta dinero, y no necesariamente ocupa espacio. Quizás sea el momento oportuno para volver el tiempo atrás y recuperar aquella romántica ingenuidad del pasado, en donde uno podía adquirir el último trabajo de Al Jolson mientras le inflaban la rueda trasera de la bicicleta. Quizás la internet posea ese poder, esa capacidad de restituir el halo místico y puro que antaño poseía la música; al fin y al cabo, si podemos escuchar en nuestros parlantes aquella primera grabación de Mary had a little lamb, cantada por el mismísimo Edison, puede que algo de su antigua magia todavía exista.

19 marzo, 2010

Despedida de un fan - Dream Theater 13/03/2010

La llegada de Dream Theater a la Argentina generaba furor en el seno de la cultura progresiva nacional, pero en mi corazón no había lugar más que para las dudas. Los recitales que la banda había ofrecido en el año 2008 habían tenido una profunda repercusión en mí, en mi forma de ver y pensar la música. Me habían impactado de principio a fin, dejando una huella que difícilmente se borraría con el pasar de los años… o eso pensaba yo en aquel entonces. Sin embargo, dos años son mucho tiempo, y hoy puedo afirmar que aquella marca se ha diluido en gran medida. Puedo decir sin titubear que soy hoy un hombre mucho más maduro que en aquella ocasión, tanto personal como musicalmente. Creo que he llegado a un punto esencial en el desarrollo de la persona, y lo he atravesado. Un punto que, citando a Kansas, se podría definir como el “Point of Know Return”, aprovechando el juego de palabras. Los años han pasado, la experiencia y el conocimiento han aumentado, y uno ya no puede volver atrás y cultivar nuevamente ese fanatismo ingenuo del pasado. Uno no puede vivir más de las opiniones de los demás ni ser condecente ni seguir de forma ciega al rebaño. ¿Tiene sentido comprar la entrada para ver una banda cuyos últimos 2 discos me resultan insípidos; una banda que se mantiene alimentada únicamente de un virtuosismo egocéntrico y cuya actitud hacia la música es artificial y vacía? Un gran dilema. Luego de mucho meditar llegué a la conclusión de que no había nada que perder, incluso podía llegar a confirmar de forma personal aquello que la música transmitía a la lejanía.
Llegué al estadio cuando ya sonaban los psicodélicos y estridentes acordes de Bigelf, y me sentí velozmente transportado a la segunda mitad de los años ’60. La banda se mostró a si misma como una máquina del tiempo, personificando en el presente los excesos típicos de una época que hace mucho ha cesado de existir. Su sonido se podría describir como similar al del Pink Floyd de Barrett, pero desde un punto de vista más cercano al hard rock de los primeros discos de Sabbath o Purple (por momentos me hacía acordar a la banda estadounidense Astra, de corte muy similar), añadiendo a la mezcla un virtuosismo y nivel técnico más típico de la modernidad. La banda resultó ser una grata sorpresa, otorgando al público varias de sus retorcidas composiciones, que muchas veces hacían uso de una locura lúgubre, acercándose peligrosamente al movimiento doom (que dicho sea de paso es el nombre de su primer EP, Closer to doom). La agrupación, que estuvo presente en la alineación del festival Progressive Nation del 2009, tuvo una buena conexión con el público local, el cual reconoció con emoción su performance con una fuerte despedida.
Finalmente el momento de la verdad había llegado. Luego de apagarse las luces comenzó a sonar la misma intro con la cual la banda se había presentado 2 años antes, verdaderamente una señal de mal augurio. Como era de esperar, el recital comenzó con los dos primeros temas del último disco, A nightmare to remember y A rite of passage. La calidad del sonido mostró sus falencias desde el comienzo, lo cual perjudicó especialmente a Myung (como es costumbre ya) y a Rudess, y teñiría el recital durante toda su duración, hechando a perder secciones que de otra forma hubiesen sido mucho más interesantes. LaBrie comenzó cantando como si tuviese un megáfono en vez de un micrófono, con un sonido muy raro y distorsionado. A pesar de esto debo de admitir que me sorprendió su actuación, mostrándose muy preciso casi siempre (excepto especialmente en ciertos agudos de In the name of God) y realizando ciertos arreglos muy interesantes. Petrucci demostró desde el inicio que es un ser impenetrable, tanto musicalmente como personalmente. Sus solos técnicos sonaban casi tan interesantes como su cara de pocos amigos. Tengo una teoría que dice que a medida que sus bíceps crecen de forma artificial, su personalidad decrece proporcionalmente. Sería interesante ponerla a prueba. Del otro lado del escenario Myung movía sus dedos de forma veloz y precisa, sin que un solo sonido saliera de su bajo. Rudess giraba obsesivamente alrededor de su pie móvil, casi sin prestarle atención a aquello que estaba tocando. Sin embargo interpretó un solo que debo admitir, me dejó totalmente boquiabierto. La primera vez que le presté atención a Portnoy se encontraba realizando una desagradable mezcla entre rap y death grunt, lo cual me dejó muy poco conforme.
Más allá de las criticas personales, la música me resultó (tal cual lo esperaba) tremendamente tediosa. Su progresividad se asienta sobre bases totalmente artificiales, y la banda se retroalimenta de virtuosismos personales completamente egocéntricos y hedonistas, convirtiendo cada solo en un evento cuasi masturbatorio. La longitud de los temas es totalmente indebida en proporción a su contenido, y los desarrollos siguen estructuras repetidas hasta el hartazgo y exploradas en demasía en el pasado. Incluso las líneas vocales se han reducido a meros vómitos vocales monotonales y con fines meramente percusivos (claro ejemplo de esto es el primer minuto y medio de A rite of passage). La banda ha perdido todo su lado melódico, exterminando lo poco que quedaba de influencia sinfónica y sentando las bases de un progresivo moderno inconsistente.
Hasta este momento todo era más que predecible, pero estaba a punto de recibir un golpe que no me esperaba. Se imaginarán la sorpresa que me llevé cuando, al sacar la vista del escenario, me topo con un público eufórico cantando los temas desde lo más profundo de sus almas. Realmente a pocos parecía importarle todo aquello que mi mente no podía parar de notar. En un momento casi me paro y grito “¿Acaso no se dan cuenta que estamos leyendo una carta de suicidio?”. Pronto me di cuenta que mi intento iba a resultar inútil. Dejé a la gente disfrutando de su felicidad, mientras yo me preguntaba cómo podía ser que una banda buscara con tanta tenacidad que perdiera noción de aquello que se había propuesto encontrar.
Como una brisa de aire fresco, recibí el tema Hollow years, que a pesar de encontrarse en un disco intrascendente es un tema para tener en cuenta. El mismo se vio decorado por un solo de guitarra y uno de teclado, funcionando como prólogo y epílogo respectivamente. Petrucci utilizó su momento para recuperar algo de humanidad, mientras que Rudess comenzó desperdiciando el suyo más preocupado por sus artefactos que por la música que generaban. De todas formas pudo recuperarse y hacer brillar cada nota de su interpretación con un talento espectacular. Esto confirma otra de mis sospechas: Rudess no es más que una víctima del régimen maligno que el capitán Portnoy y su lugarteniente Petrucci han impuesto en la banda, un crimen del que tanto el talentoso tecladista como el silencioso bajista son víctimas. A pesar de esto, se pudo comprobar de forma práctica y veraz la diferencia de calidad intrínseca que separa a los temas nuevos de los viejos, los cuales al tener bases sólidas permiten una libertad de improvisación mucho mayor.
A continuación la banda intentó ofrecer Prophets of war, tema que fue desechado por la totalidad del público, que lentamente parecía despertar y comprobar la farsa con sus propios ojos. Cuando la ceguera comenzaba a desaparecer y las caras se tornaban cada vez más largas, la banda se vio forzada a recurrir a una estrategia drástica, e interpretó The dance of eternity, de cuyas garras poderosas ni yo pude resistir. Para consolidar el terreno ganado, el setlist continuó con One last time y Spirit carries on para conformar un triplete del Scenes from a Memory que cambió totalmente el ambiente que se vivía en el recinto. La gente explotó en la más genuina demostración de aprobación ante los temas que se le estaban ofreciendo, gritando y vitoreando a todo pulmón. Nuevamente me encontré inundado de felicidad al escuchar las primeras notas de In the name of God, tema que terminó de desatar la locura en el estadio.
Sin embargo la fachada se desarmó y rodó por el piso al comenzar The count of Tuscany. El viaje por el pasado resultó delicioso, pero lamentablemente debíamos afrontar la realidad antes de que el show culminara. Cada uno de los 19 minutos del tema me resultó interminable. Repetitivo, aburrido, insulso, vacío… no se me ocurre un solo adjetivo positivo que pueda describir esta obra. De nuevo nos hallábamos frente a la estructuralización y vacío inspirativo del cual el disco Black Clouds & Silver Linings es prácticamente una clínica. Hasta la tapa del disco carece de sentido, del mismo modo que su contenido no es más que un rejunte de elementos que viola rotundamente la ley que afirma que “el todo es más que la suma de las partes”. Tan patético es el disco que Petrucci tuvo que pedirle al público que lo aplaudan luego de realizar uno de sus solos. La artificialidad llevada al extremo, o como dice un amigo “la espectacularidad como fin y no como medio”. De pronto, luego de 1 hora y 45 minutos, la música se había ido tan efímeramente como había llegado.
Lo poco de aquella antigua marca que la banda había hecho en mí había sido definitivamente borrada. No son palabras que me sean fáciles redactar, pero son ciertas. Solo queda mirar al futuro y esperar el milagro, pero por lo pronto me despido de Dream Theater, con el dulce recuerdo de aquello que la banda una vez fue.

Universo ecléctico - Recital Stick Men 12/03/2010

Se comienza a percibir ya el movimiento detrás de los telones del escenario, leves indicios que llenan el ambiente de una sofocante sensación de inminencia. La gente, expectante, cesa de respirar y fija su mirada en los instrumentos, prolijamente dispuestos en forma semicircular. Las luces de las consolas titilan, hipnotizando al nervioso público, cuyo ritmo cardíaco se desboca ante el menor chasquido. De pronto, unas siluetas se vislumbran, recorriendo uno de los extremos del escenario. La oscuridad no permite distinguir sus caras, pero para las personas que allí se hayan esto no es en absoluto necesario. En perfecta sincronía estallan en una ensordecedora ovación que llena cada rincón del teatro. Sus caras evidencian la absoluta explosión de sentimientos que se produce en el interior de cada uno de ellos. Stick Men, el último conjunto del maestro Tony Levin, se encuentra ya frente a su público amado, listo para sumergir el ambiente dentro de un mundo de eclecticismo y vanguardia.
La banda cuenta con una alineación única en el mundo: dos sticks y una batería. Modesto, opinarían muchos, cegados por la ingenuidad. La realidad es que la amplitud expresiva de este inusual instrumento (creado por el luthier Emmett Chapman en el año 1969) es apabullante. Aún más, este asombroso potencial se intensifica cuando el instrumento se encuentra en manos expertas, como es el caso del legendario Tony Levin y su aprendiz, el joven Michael Bernier. Incluso la batería adquiere dimensiones únicas cuando detrás de ella se encuentra Pat Mastelotto, mítico baterista de King Crimson, quien se vale tanto de la batería acústica como de la eléctrica para generar espirales polirrítmicas de enorme complejidad. La historia de esta agrupación comienza en el año 2007, con la publicación del disco solista de Tony Levin, titulado Stick Man, y en el cual Mastelotto se hace cargo de la sección rítmica. Las composiciones fueron hechas con el objetivo de mostrarle al público la infinidad de posibilidades que ofrece el stick al músico. Además reflejan el profuso amor que tiene Levin por el instrumento, relación cuyo génesis se remonta a los años ’70 cuando el bajista se encontraba formando parte de la banda de Peter Gabriel. Michael Bernier, un excelente stickista y multiinstrumentista, se unió a la banda para formar parte de la alineación que recorrió el mundo en los años 2008-09. El trío se ha consolidado con el paso del tiempo, componiendo sus propios temas y creando una identidad única en el mundo.
La música comienza a sonar. Un cucú disonante, ejecutado por el stick de Bernier, marca la hora de inicio. Rápidamente la batería se le acopla, acompañando la bienvenida con una ambientación electrónica. Por último, Levin se une al conjunto, robótico y violento. Continuando con el legado que King Crimson otorgó al mundo durante los últimos 40 años, la música comienza a desenvolverse, ecléctica y futurística, haciendo honor al comentario que Bill Bruford hacía en el año ‘95: “Cuando quieres escuchar hacia adonde irá la música en el futuro, pones un álbum de King Crimson”. La explosión sonora que producen estos músicos deja sin palabras al público, que sigue cada movimiento con absoluto detalle.
El rol de cada músico queda rápidamente en evidencia. Levin dirije, restringiéndose por lo general a las frecuencias más bajas de su instrumento, demostrando que aún hoy su verdadero lugar dentro de una banda es el del bajista. Bernier por otro lado se divierte paseando sus manos por la totalidad del instrumento y explorando las diversas formas en las que puede extraerle sonido, por momentos elaborando riffs rockeros, para luego cambiar bruscamente y abordar su instrumento de forma más sinfónica, generando bellas melodías a partir de un arco de violín.
A continuación, la banda nos ofrece Sasquatch, una de sus recientes composiciones. El tema comienza con varias capaz de stick entrelazándose y construyendo estructuras cíclicas. El aire detrás de la obra es muy similar al encontrado en el famoso disco Discipline, considerado como la introducción del stick al mundo del rock. Del mismo modo, el tema explora todo el rango y sonoridad del instrumento, plagado de una atmósfera llena de matices y variaciones. Al finalizar este experimento sonoro, el escenario se tiñe de un tono rojizo intenso y el ambiente se torna intensamente endiablado. Todo está listo para la llegada del rey carmesí. Éste se quita la galera y se presenta a sí mismo con los primeros acordes desgarrantes de Red. Ante la locura del público el tema se desarrolla de forma majestuosa, destruyendo las diferencias entre consonancia y disonancia. El recinto se ve a si mismo sobrecargado de caos cuando estos tres músicos reproducen con total fidelidad una de las obras más importantes de la historia del rock progresivo. El resultado es una imparable e inmensa avalancha de sonido, como si los tres músicos estarían recibiendo ayuda de una enorme hueste de seres infernales.
Al concluir el tributo, Levin se dirige al público con un esforzado castellano. Con una devoción total por su público, agradece a todos por su presencia y expresa su amor por el país al llamarlo “la segunda casa de King Crimson”. A continuación desatan otra de sus nuevas creaciones, titulada Inside the red pyramid, en la cual Bernier describe paisajes egipcios con su arco, mientras que Levin con un bajo poderoso sienta las bases de una rítmica delirante. En sus manos, un simple 4/4 puede convertirse en una osadía temporal, plagada de contrapuntos e ilusiones rítmicas. Por suerte para él, Mastelotto es capaz de disociar totalmente su cuerpo y dominar los cambios de ritmo con total maestría, como un auténtico hijo perdido del dios Chronos.
La música por momentos adopta un carácter armónico fuertemente basado en el idioma del jazz, desplegando influencias tanto del free como de la música fusión. Las voces recitadas lo asemejan aún más a la obra del legendario Frank Zappa. Mientras tanto las manos de Bernier parecen adoptar la movilidad de una araña. Sus ocho dedos recorren toda la longitud del instrumento, esquizofrénicas, pero bajo absoluto control de su portador. Las manos de Levin también van y vienen, pero parecen moverse con total libertad, como si estuviesen en modo automático. La disociación es tal que uno no sabe si el músico tiene consciencia ni control sobre lo que está realizando. Sea como fuere, el resultado es asombroso. Ayudados por la percusión electrónica y una batería de efectos, el trío amplía a la décima potencia sus posibilidades de expresión.
Llega finalmente el momento de la individualidad. Bernier toma el primer lugar, desplegando hermosas melodías con su arco y haciendo un uso excepcional de los loops (similar a las actuaciones del famoso stickista argentino Guillermo Cides). Suavemente una pieza bella va naciendo. De su instrumento emerge el canto de una grulla perdida en una planicie de oriente, que luego se convierte con rapidez en un intrincado paisaje virtuoso, pero que aún retiene su potencial estético. La pieza se esfuma en el tiempo, y Levin se asoma a reemplazar a su discípulo. Con la convicción de que puede y quiere ser el supremo iconoclasta, desarrolla una música muy a su estilo propio, compleja tanto en rítmica como en armonía. Finalmente nos quedamos a solas con Mastelotto y su arsenal electrónico. De forma progresiva, va desatando ritmos programados y desplegando toda su técnica sobre ellos. Sus compañeros se le suman en la búsqueda musical, con Bernier estrenando su voz en lo que finalmente termina siendo Scarlet wheel, otra composición nueva de la banda. La música es poderosamente introspectiva, lo cual da ganas de simplemente cerrar los ojos y flotar por el espacio-tiempo.
A nosotros nos encanta improvisar”, dice Levin con un castellano atravesado, demostrando ser un verdadero alumno de la escuela Fripp. Dicho y hecho, el trío se embarca en un elaborado jam, en el cual Mastelotto se luce con un dominio de los ritmos alucinante. La música se desarrolla carente de todo tipo de marco o contexto, explorando la absoluta libertad. Por momentos uno puede imaginarse que se encuentra frente a un conjunto de robots que interpretan una “sinfonía industrial”.
Luego de la experimentación, la banda se propone descubrir la respuesta a una pregunta que atormenta a varios de nosotros: “¿Como sonaría la música de Bach si hubiera nacido 350 años más tarde y hubiese sido fan de Weather Report?”. Y les aseguro que el tema Fugue es sin duda la respuesta correcta, una pieza que todo amante de la música se encuentra en la obligación de oir.
Una atmósfera densa y oscura abre paso al tan esperado Firebird suite, con ambos stickistas aferrándose a sus respectivos arcos. La música agresiva y sumamente percusiva de Stravinsky es el marco perfecto para desatar la furia artística de la banda. Esta obra que en su momento catapultó a la gloria internacional al joven compositor ruso, narra la leyenda folklórica del pájaro de fuego, un ser cuyas plumas cambiaban constantemente de color y que era tanto una bendición como una maldición para su captor. Del mismo modo que la historia, la obra presenta cambios bruscamente disonantes y variaciones constantes de matices. Las cuatro secciones de las que está formada la obra conforman en mi opinión, el punto más alto de su actuación.
Luego de entregar un tema más, la banda se despide de su público, pero es traído nuevamente al escenario por una ensordecedora ovación. Con dos temas más bajo la manga, los músicos se embarcan nuevamente en el desafío estructural que marca cada una de sus presentaciones. Nos permiten adentrarnos unos momentos más en aquel mundo paralelo que construyen día a día, en el cual las métricas fluyen intercambiables en un mar de libertades armónicas. Cuando ya estaban despidiéndose nuevamente, Levin recuerda que faltaba todavía algo más. Sale corriendo a agarrar su stick y comienza a tocar un riff conocido por todos. El excelente Elephant talk resulta ser el cierre perfecto para semejante velada. Un regalo que el público argentino, habitantes de la segunda casa de King Crimson, agradecerá eternamente.

08 marzo, 2010

Stephen Nachmanovitch – Free Play: La Improvisación en la Vida y en el Arte

Debo admitir que este no es el tipo de libros que leo usualmente. Estoy acostumbrado a otro tipo de lectura, más concreta y racional. La literatura filosófica siempre fue un enigma para mí, quizás porque me es mucho más fácil centrarme en la información que transmite una oración, y no tanto en cómo lo hace. Fue una grata sorpresa entonces para mí, descubrir las riquezas literarias de este libro.
Stephen Nachmanovitch nos provee con este libro un manual para alcanzar la libertad de expresión. Conocido en el ambiente musical por sus recitales improvisados en su instrumento, el violín, y en el ambiente filosófico por sus clases sobre libertad espiritual, el escritor sintetiza en este libro todo el conocimiento que tiene para ofrecer al mundo. Los argumentos se desarrollan con un dominio del tema que deja pasmado a cualquiera, fundamentando sus ideas con abundante información musical, filosófica, psicológica y científica. Además, resulta ser un amplio conocedor tanto de la cultura oriental como de la occidental, narrando numerosos cuentos folklóricos, hechos históricos y leyendas.
La creación espontánea surge de lo más profundo del ser”, afirma la introducción, y durante toda la duración del libro Stephen buscará ofrecer aquellas herramientas que permiten desbaratar los bloqueos mentales y lograr así recobrar la inocencia creativa del niño. Pura, auténtica y preciosa. Según él, la verdadera creación presenta las características de un organismo vivo, una simetría estructural y una autosustentabilidad, y es la improvisación el medio que logra derrumbar las ficticias divisiones entre vida y arte. Es necesario sin embargo, alcanzar ese estado de perfecta introspección que permita la producción de arte que sea genuina. Es por esto que el viaje para aprender a crear es en realidad un viaje místico y espiritual, un viaje a lo más profundo de nosotros mismos. Aquella travesía que nos permita crear aquello que es nuestro para crear.
La improvisación, nos cuenta el autor, no es algo reservado para unos pocos. Al fin y al cabo, “…toda conversación es una forma de jazz”, en la cual debemos constantemente amoldarnos a los parámetros estructurales del diálogo y crear algo que refleje nuestra mente de forma precisa y a la vez auténtica. De la misma forma, debemos liberarnos de las presiones creativas, los fantasmas que juzgan y los miedos personales con tal de poder explayar nuestra esencia sobre todo aquello que hacemos, sea arte o no. Al dejar caer los velos de las preconcepciones nos vemos literalmente empujados al momento presente, y somos libres para explorar la existencia misma a través del ímpetu creativo, convirtiéndonos así en uno solo con los alrededores, desapareciendo como tales.
El libro es un manifiesto que resalta el poder del arte en la vida del hombre, un valor que se ha perdido en la actualidad. En clara semejanza con la visión renacentista del arte, Nachmanovitch cree que el arte es una de las cualidades supremas del ser, y lo considera un remedio (el único quizás) para salvar a la humanidad de la mediocridad en la cual se encuentra sumergida. Siguiendo esta línea, deja en evidencia realidades tétricas como ser el “[énfasis] en el producto a expensas del proceso”, o el culto ferviente de lo efímero; realidades que limitan la existencia del hombre moderno.
Como solución a esto, todo individuo debe madurar como persona para liberar el artista contenido adentro. Al conocernos a nosotros mismos, somos capaces de reflejar nuestra mente en la creación, no de forma espléndida ni original, sino de forma auténtica, que es al fin y al cabo la única forma que importa. Sólo de esa forma hallaremos paz y habremos logrado en el proceso, conocernos a nosotros mismos.
Un libro espectacular para todo aquél que cree en la magia del arte y busca desesperadamente un viaje para encontrarse consigo mismo. Toda persona puede disfrutar profundamente de este viaje, ya que si bien no todo es arte, el arte forma parte de todo.

21 febrero, 2010

La absoluta libertad del ser

En China inventaron una nueva flauta. Un maestro de música descubrió las sutiles bellezas de su tono y la llevó a su país, donde dio conciertos por todas partes. Una noche se reunió con una comunidad de músicos y amantes de la música que vivían en cierta ciudad. Al final del concierto lo invitaron a tocar. Sacó la flauta nueva y tocó una pieza. Cuando terminó hubo silencio en la habitación durante un largo rato. Luego se oyó la voz del más viejo de los presentes desde el fondo del salón: “¡Como un dios!”.
Al día siguiente, mientras este maestro hacía las maletas para marcharse, los músicos se le acercaron y le preguntaron cuánto se tardaría en aprender a tocar la nueva flauta. “Años”, respondió. Le preguntaron si tomaría un alumno y respondió que sí. Cuando se fue, los músicos decidieron entre ellos enviarle a un joven, un flautista brillantemente talentoso, sensible a la belleza, diligente y confiable. Le dieron dinero para vivir y para pagar las clases del maestro y lo enviaron a la capital, donde aquél vivía.
El alumno llegó y fue aceptado por el maestro, quien le dio una sola melodía simple para tocar. Al principio el alumno recibió instrucción sistemática, pero aprendía con facilidad todos los problemas técnicos. Llegaba para la clase diaria, se sentaba y tocaba la melodía… y el maestro sólo podía decir: “Falta algo”. El alumno se esforzaba de todas las formas posibles; practicaba horas y horas, pero día tras día, semana tras semana, todo lo que el maestro decía era “falta algo”. El alumno pidió al maestro que cambiara la melodía, pero el maestro se negó. La ejecución diaria de la melodía, y la diaria respuesta “falta algo” continuaron durante meses. La esperanza de éxito del alumno y su miedo al fracaso se intensificaban, y oscilaba entre la agitación y el abatimiento.
Finalmente ya no pudo seguir soportando la frustración. Una noche hizo la maleta y huyó sigilosamente. Siguió viviendo un tiempo más en la capital, hasta que se quedó sin dinero. Empezó a beber. Por fin, ya en la miseria, volvió a su tierra natal. Como le daba vergüenza mostrar la cara a sus colegas, encontró una casa en el campo. Todavía poseía sus flautas, todavía tocaba, pero no encontraba nueva inspiración en la música. Los granjeros que pasaban lo oyeron tocar y le enviaron a sus hijos para que les enseñara los rudimentos. De esa manera vivió durante años.
Una mañana alguien golpeó a su puerta. Era el virtuoso más viejo del pueblo, junto con el más joven de los estudiantes. Le dijeron que esa noche darían un concierto, y que todos habían decidido que no se haría sin su presencia. Con cierto esfuerzo vencieron los sentimientos de miedo y vergüenza del músico, quien casi en trance tomó su flauta y fue con ellos.
Comenzó el concierto. Mientras el músico esperaba detrás del escenario nadie interrumpió su silencio interior. Por fin, al final del concierto, lo llamaron al escenario. Se presentó con sus ropas harapientas. Miró su flauta que tenía en las manos: descubrió que había elegido la flauta nueva.
Entonces se dio cuenta de que no tenía nada que ganar ni nada que perder. Se sentó y tocó la misma melodía que había tocado tantas veces para su maestro en el pasado. Cuando terminó se hizo un largo silencio. Luego se oyó la voz del más viejo, quien dijo con suavidad desde el fondo de la habitación: “¡Como un dios!”.


Cuento popular chino, originalmente tomado de Zen and the Ways, Trevor Leggett (1978)

03 febrero, 2010

El placer de Euterpe

Pocas discusiones son tan difíciles de abordar como aquellas que intentan penetrar hasta la esencia misma de algo en particular. Suelen estar plagadas de malentendidos, visiones contradictorias y caminos sin salida. No es casualidad que no haya habido ni siquiera dos filósofos sobre este mundo que hayan concordado en sus visiones de la naturaleza que los rodea. Cada uno tiene una concepción totalmente única de incluso las cosas más comunes, una estructura irrepetible, construida en base a años de aprendizaje y experiencias. Con la mayor de las sutilezas entonces, me propongo indagar las respuestas a una pregunta que ha causado dolores de cabeza a más de uno: ¿Qué es verdaderamente la música?
Un inmenso obstáculo nubla la vista en dicha dirección, y este es la complejidad que presupone contestar aquella pregunta de forma unánime. Con toda seguridad el número de respuestas distintas que hallemos será equivalente al número de personas a quienes les preguntemos. Un caso extremo es el que ya hemos discutido al hablar de la aparente dicotomía que se genera al abordar la cuestión desde el punto de vista de un músico y el de un físico. La lista de respuestas puede crecer inmensamente si se agregan a estas versiones las compartidas por sociólogos, filósofos, psicólogos, etc. Sin embargo tiene que haber un hilo conductor, una especie de intersección que siente las bases de un acuerdo interdisciplinario. Con la esperanza de que dicha solución se encuentre en la lingüística y la etimología, rodeo mi escritorio de diccionarios y enciclopedias y me sumerjo en un mundo totalmente extraño para mí.
Partamos desde los orígenes. La palabra “música” proviene del griego mousike que vendría a ser el adjetivo que significa “de las musas” y que en su forma derivada pasa a referirse al “arte de las musas”. Ahora bien, las musas eran aquellas deidades de la mitología griega que inspiraban la creación literaria y artística. La leyenda sobre su origen, así también como su número total, varía durante el transcurso de la civilización helénica. Sin embargo, se suele considerar la existencia de nueve musas, todas ellas hijas de Zeus y Mnemósine, diosa de la memoria. Cada una de ellas se hallaba relacionada a un tipo de arte, incluso la todavía artística astronomía tenía su musa propia, dedicada a iluminar las mentes de los observadores de constelaciones. De todas ellas era Euterpe, caracterizada siempre con un aulos (instrumento de viento griego), la responsable de la creación musical. Su nombre significa “la dadora de placer”. Podemos ver entonces, que ya desde los tiempos de Homero la música tenía un rol protagónica incluso dentro del círculo artístico. Mientras las demás musas poseían nombres mucho más banales (“aquella de mucho himnos”, “la melodiosa”, etc.), Euterpe era la dadora de placer, demostrando que la música tenía un poder único que las demás artes no podían equiparar. Ésta llenaba de regocijo y júbilo a todo aquel que la experimentaba. Aún más, el hecho de que música signifique “arte de las musas” la eleva aún más en jerarquía, ya que en realidad todas las artes eran inspiradas por musas, pero era únicamente la música aquella que llevaba esta relación con lo divino en su mismísimo nombre.
Dejando de lado un poco la mitología nos encontramos con definiciones dispares por doquier. La más básica de ellas es considerar a la música como el arte que utiliza sonido como medio. La simpleza de dicha afirmación es verdaderamente un arma de doble filo. Goza de total belleza, y es tan concisa que parece albergar inmensa armonía. Sin embargo, se ve un tanto sesgada por su simpleza. Su mayor problema es el de no contemplar ninguna verdadera característica de lo que es la música. Según esta definición no hacen falta notas, ritmos, ni melodías, simplemente arte fluyendo en forma de sonido. Demasiado limitado en mi opinión.
La Real Academia Española nos presenta un panorama totalmente opuesto, con cuatro definiciones, algunas de ellas demasiado pomposas. Sin embargo, aparecen conceptos muy interesantes, y que son verdaderamente claves a la hora de acercarnos un poco a lo que significa involucrarnos en una experiencia musical. Para empezar contempla a la música como la combinación de melodía, ritmo y armonía. A grandes rasgos esto es correcto, aunque en la realidad no se pueden desechar los efectos del timbre y la textura de los sonidos, de los matices y los volúmenes. De esta forma incorporamos las nociones básicas de los ladrillos que se usan para construir un edificio musical. La siguiente definición que resulta interesante dice que la música es una sucesión de sonidos modulados para recrear al oído. Esto pone en evidencia otros dos aspectos muy interesantes. El primero de ellos es la dependencia temporal. La música es un arte que fluye a través del tiempo, a diferencia por ejemplo de la pintura. El tiempo es un súbdito de la música, listo a obedecer ante las estrictas reglas rítmicas impuestas por su amo. Aún más, es precisamente la cualidad periódica de los sonidos lo que diferencia una nota de un ruido. La primera presenta una estructura temporal inmutable, su onda sonora presenta repeticiones de su forma (períodos) a un tiempo exacto. El ruido no tiene una simetría temporal, por lo tanto la información que provee no presenta importancia musical. La segunda característica a resaltar es que la música es recreación, deleite o placer, como ya bien habían descubierto los griegos. Es justamente esto lo que la convierte en una bella arte, pero ese es un terreno en el que todavía no vamos a adentrarnos. Finalmente llegamos al último punto que la Academia tiene para ofrecernos, el cual afirma: “Arte de combinar los sonidos de la voz humana o de los instrumentos, o de unos y otros a la vez, de suerte que produzcan deleite, conmoviendo la sensibilidad, ya sea alegre, ya tristemente.” En contraposición con nuestra primera definición, ésta excede totalmente lo necesario. No hace falta aclara que los sonidos pueden proveer de la voz humana o de los instrumentos, ni que la sensibilidad puede ser perturbada de forma positiva o negativa, ambas cosas redundantes y obvias. Sin embargo por primera vez vemos la hermosa palabra “combinar”, verdadera síntesis de lo que un artista hace, y por ende es la primera en contemplar la creación y no solo el producto. Además, hecha luz sobre el asunto ya discutido del deleite generado por la música. Según esta definición, el placer ocurre cuando se conmueve la sensibilidad del ser. Por ende, la música posee ahora una dirección, y esa es ir directamente a la esencia del individuo y perturbarlo. De esta forma, la música en su totalidad cobra un nuevo matiz. No sólo hemos profundizado en el aspecto sonoro, sino que hemos agregado además las etapas de creación y recepción que inevitablemente tienen que formar parte del proceso.
Otra definición (extraída esta vez de Wikipedia) habla de la música como “el arte de organizar sensible y lógicamente una combinación coherente de sonidos y silencios,… mediante complejos procesos psico-anímicos.” En este sentido, la música presenta una estructura, la cual se genera de forma racional y transmite ciertas emociones. Es justamente a esta estructura necesaria para la construcción musical a la cual Goethe se refería al decir que la arquitectura es “arte congelada”. Además, la ausencia de sonido pasa a jugar un papel importante también en la música. El silencio es un arma más en el arsenal del compositor, y tiene resultados asombrosos en un obra, puede cambiarle totalmente la atmósfera o destruirle el sentido.
Es indudable que no se puede tocar este tema sin hacer referencia a la música como un lenguaje. Se cree que en sus orígenes, música y habla eran todavía una misma entidad al servicio de la comunicación. A medida que se fueron desarrollando las habilidades sociales del hombre, ambas partes tomaron distintos caminos y se consolidaron como estructuras distintas, con sus propias reglas. Sin embargo la música retiene su carácter comunicativo. Del mismo modo en que las oraciones transmiten información intelectual, las melodías son el medio de comunicación que desarrollamos para intercambiar información emotiva. De esta forma, la música presenta un medio para igualar las respuestas emotivas de un grupo de personas (ejemplos de esto se pueden ver relacionados a la guerra y las conductas antisociales, por nombrar meramente un par).
En la actualidad, los límites de lo que consideramos música están constantemente bajo el ataque de nuevos y revolucionarios compositores. No hace ni falta mencionar la tan citada obra 4,33 de John Cage, en la cual los intérpretes suben al escenario para permanecer en silencio durante cuatro minutos y medio, luego de lo cual se paran, reciben la ovación del público y se van. Visionario opinan algunos, intrascendente otros. La realidad es que ésta y otras obras parecidas no sirven un fin musical sino meramente filosófico, poniendo al descubierto un choque de paradigmas. Otro compositor iconoclasta del último siglo es Karlheinz Stockhausen, conocido entre otras cosas por componer un cuarteto de cuerdas en el cual cada instrumentista se encuentra volando en un helicóptero mientras toca. En otras de sus obras, el compositor alemán entrega una hoja con instrucciones, en lugar de partituras, en la cual se lee: “No pienses en NADA. Espera hasta que todo esté quieto dentro de ti. Cuando hayas alcanzado este estado, comienza a tocar…”. La música aleatoria, los instrumentos preparados y la incorporación de la tecnología son otros puntos críticos hoy en día, suscitando continuas disputas con respecto a la calidad musical de las composiciones que incorporan dichos recursos.
Pero con toda seguridad el cambio más brusco que se ha producido en los últimos tiempos ha sido el de la destrucción de la música como productora de placer. El gozo se ha desprendido de la música a principios del siglo XX en la música docta, seguido de cerca por corrientes similares en el jazz y el rock pocas décadas después. Hoy en día la vanguardia desecha la dulzura y amabilidad cultivadas en el pasado por las diversas corrientes artísticas, privilegiando la lucha, el caos y la furia. Terminamos este recorrido entonces de la misma forma en la que lo comenzamos, en la compañía de Euterpe, la dadora de deleite. La única diferencia es que esta vez nos hayamos en su entierro.

28 enero, 2010

Juan G. Roederer – Acústica y Psicoacústica de la Música (Melos, 2009)

La convergencia entre ciencia y arte no es un tema fácil de abordar. Se trata de una encrucijada un tanto escabrosa, llena de obstáculos a vencer y barreras por destruir. Muchas veces esos obstáculos son las mismas personas, y las barreras sus preconceptos. Los artistas huyen despavoridos ante cualquier intento de explicación racional o científica de las emociones producidas por el arte. Por otra parte, la mente de un científico muchas veces no termina de cuadrar dentro del panorama que plantea un ambiente artístico, quizás justamente agobiado por los por qué y los cómo de aquello que los músicos simplemente dan por hecho, en pos de lograr que los sentimientos y la creatividad fluyan con total libertad. Aún más, el lenguaje utilizado por ambas profesiones dista mucho de tener un punto en común. En este libro las escalas, instrumentos y tonalidades se fusionan con las frecuencias, potencias y logaritmos al punto tal de convertirse en elementos fundamentales de un mismo mundo: la física de la música.
Juan G. Roederer es justamente uno de aquellos pocos seres incomprendidos del planeta (entre los cuales me cuento) que creen que la música va más allá de la tendencia humana innata a apreciar la belleza, y que trasciende los efectos subjetivos ocasionados sobre el alma de aquel que escucha apasionadamente. Sin que lo anterior deje de ser cierto, la música es indudablemente el efecto que diversas ondas tienen sobre un cableado de miles de millones de neuronas. De esta forma, su doctorado en ciencias físico-matemáticas, y sus cargos al frente del Centro Nacional de Radiación Cósmica, el Departamente de Física de las Universidades de Denver y Fairbanks-Alaska y la Comisión de Investigación Ártica de los Estados Unidos no le impiden ser a su vez un afianzado y dedicado organista. Esta excelente formación lo pone en un lugar de privilegio a la hora de fundir la exactitud física con la emotividad musical.
De esta forma, el autor devela muchas de las razones por las cuales suceden tantos efectos y situaciones a las cuales los músicos estamos tan acostumbrados. Cada punto concreto que aborda el libro se encuentra inmerso en explicaciones, demostraciones, evidencias experimentales, gráficos y ecuaciones, que cumplen la función de tumbar definidamente la balanza hacia el lado de la ciencia. En este aspecto, Roederer no es más que un abogado que se presenta a un juicio, con todas las apuestas en su contra, pero que con una sonrisa segura apoya sobre el estrado 240 páginas de evidencias, redactadas con la simpleza que logra únicamente quien lleva aquella lucha en su corazón.
El libro es un excelente compendio de todo aquello que cualquier músico siempre se preguntó con preguntas que no llegaron siquiera a ser formuladas. ¿Por qué dos cuerdas desafinadas generan un efecto de batido al sonar al unísono? ¿Por qué ciertos intervalos son consonantes y otros disonantes? ¿Por qué dos instrumentos tocando la misma nota al mismo volumen generan un sonido diferente? Sin embargo, esta es definitivamente una travesía difícil de realizar. A pesar de no requerirse conocimientos físicos superiores al nivel secundario, con toda seguridad es requisito tener una tendencia nata hacia la física, o hacia el conocimiento de las razones por las cuales opera el universo. Sin este empuje alentador, cualquiera que intente leer el libro se ahogará en un mar de gráficos y ecuaciones. Pero les aseguro que la recompensa es deliciosa. Las escalas dejarán de existir meramente porque suenan lindo, y los instrumentos cobrarán una voz propia basada en sus propiedades, dimensiones y cualidades.
A su vez, el libro nos obliga a adentrarnos en el funcionamiento del oído y las porciones cerebrales involucradas en la experiencia musical. Diversos procesos fisiológicos son tratados en detalle, basados en los experimentos más recientes sobre el funcionamiento neurológico y celular de los diversos tejidos que unen sus fuerzas para que podamos disfrutar plácidamente de los Conciertos Brandemburgueses.
Un libro verdaderamente único, provisto de la llave que abre la puerta a nuevos y distintos horizontes artísticos. Combina nociones mundialmente conocidas de música con una discusión de acústica tradicional, sumado a una presentación de los últimos descubrimientos en el ámbito de la psicoacústica y la función cerebral. Con este poderoso cóctel, destruye los prejuicios y siembra las bases de una concepción totalmente diferente de qué es y por qué es el arte musical. Totalmente recomendado a toda mente imparable y con sed de conocimiento.