Se comienza a percibir ya el movimiento detrás de los telones del escenario, leves indicios que llenan el ambiente de una sofocante sensación de inminencia. La gente, expectante, cesa de respirar y fija su mirada en los instrumentos, prolijamente dispuestos en forma semicircular. Las luces de las consolas titilan, hipnotizando al nervioso público, cuyo ritmo cardíaco se desboca ante el menor chasquido. De pronto, unas siluetas se vislumbran, recorriendo uno de los extremos del escenario. La oscuridad no permite distinguir sus caras, pero para las personas que allí se hayan esto no es en absoluto necesario. En perfecta sincronía estallan en una ensordecedora ovación que llena cada rincón del teatro. Sus caras evidencian la absoluta explosión de sentimientos que se produce en el interior de cada uno de ellos. Stick Men, el último conjunto del maestro Tony Levin, se encuentra ya frente a su público amado, listo para sumergir el ambiente dentro de un mundo de eclecticismo y vanguardia.
La banda cuenta con una alineación única en el mundo: dos sticks y una batería. Modesto, opinarían muchos, cegados por la ingenuidad. La realidad es que la amplitud expresiva de este inusual instrumento (creado por el luthier Emmett Chapman en el año 1969) es apabullante. Aún más, este asombroso potencial se intensifica cuando el instrumento se encuentra en manos expertas, como es el caso del legendario Tony Levin y su aprendiz, el joven Michael Bernier. Incluso la batería adquiere dimensiones únicas cuando detrás de ella se encuentra Pat Mastelotto, mítico baterista de King Crimson, quien se vale tanto de la batería acústica como de la eléctrica para generar espirales polirrítmicas de enorme complejidad. La historia de esta agrupación comienza en el año 2007, con la publicación del disco solista de Tony Levin, titulado Stick Man, y en el cual Mastelotto se hace cargo de la sección rítmica. Las composiciones fueron hechas con el objetivo de mostrarle al público la infinidad de posibilidades que ofrece el stick al músico. Además reflejan el profuso amor que tiene Levin por el instrumento, relación cuyo génesis se remonta a los años ’70 cuando el bajista se encontraba formando parte de la banda de Peter Gabriel. Michael Bernier, un excelente stickista y multiinstrumentista, se unió a la banda para formar parte de la alineación que recorrió el mundo en los años 2008-09. El trío se ha consolidado con el paso del tiempo, componiendo sus propios temas y creando una identidad única en el mundo.
La música comienza a sonar. Un cucú disonante, ejecutado por el stick de Bernier, marca la hora de inicio. Rápidamente la batería se le acopla, acompañando la bienvenida con una ambientación electrónica. Por último, Levin se une al conjunto, robótico y violento. Continuando con el legado que King Crimson otorgó al mundo durante los últimos 40 años, la música comienza a desenvolverse, ecléctica y futurística, haciendo honor al comentario que Bill Bruford hacía en el año ‘95: “Cuando quieres escuchar hacia adonde irá la música en el futuro, pones un álbum de King Crimson”. La explosión sonora que producen estos músicos deja sin palabras al público, que sigue cada movimiento con absoluto detalle.
El rol de cada músico queda rápidamente en evidencia. Levin dirije, restringiéndose por lo general a las frecuencias más bajas de su instrumento, demostrando que aún hoy su verdadero lugar dentro de una banda es el del bajista. Bernier por otro lado se divierte paseando sus manos por la totalidad del instrumento y explorando las diversas formas en las que puede extraerle sonido, por momentos elaborando riffs rockeros, para luego cambiar bruscamente y abordar su instrumento de forma más sinfónica, generando bellas melodías a partir de un arco de violín.
A continuación, la banda nos ofrece Sasquatch, una de sus recientes composiciones. El tema comienza con varias capaz de stick entrelazándose y construyendo estructuras cíclicas. El aire detrás de la obra es muy similar al encontrado en el famoso disco Discipline, considerado como la introducción del stick al mundo del rock. Del mismo modo, el tema explora todo el rango y sonoridad del instrumento, plagado de una atmósfera llena de matices y variaciones. Al finalizar este experimento sonoro, el escenario se tiñe de un tono rojizo intenso y el ambiente se torna intensamente endiablado. Todo está listo para la llegada del rey carmesí. Éste se quita la galera y se presenta a sí mismo con los primeros acordes desgarrantes de Red. Ante la locura del público el tema se desarrolla de forma majestuosa, destruyendo las diferencias entre consonancia y disonancia. El recinto se ve a si mismo sobrecargado de caos cuando estos tres músicos reproducen con total fidelidad una de las obras más importantes de la historia del rock progresivo. El resultado es una imparable e inmensa avalancha de sonido, como si los tres músicos estarían recibiendo ayuda de una enorme hueste de seres infernales.
Al concluir el tributo, Levin se dirige al público con un esforzado castellano. Con una devoción total por su público, agradece a todos por su presencia y expresa su amor por el país al llamarlo “la segunda casa de King Crimson”. A continuación desatan otra de sus nuevas creaciones, titulada Inside the red pyramid, en la cual Bernier describe paisajes egipcios con su arco, mientras que Levin con un bajo poderoso sienta las bases de una rítmica delirante. En sus manos, un simple 4/4 puede convertirse en una osadía temporal, plagada de contrapuntos e ilusiones rítmicas. Por suerte para él, Mastelotto es capaz de disociar totalmente su cuerpo y dominar los cambios de ritmo con total maestría, como un auténtico hijo perdido del dios Chronos.
La música por momentos adopta un carácter armónico fuertemente basado en el idioma del jazz, desplegando influencias tanto del free como de la música fusión. Las voces recitadas lo asemejan aún más a la obra del legendario Frank Zappa. Mientras tanto las manos de Bernier parecen adoptar la movilidad de una araña. Sus ocho dedos recorren toda la longitud del instrumento, esquizofrénicas, pero bajo absoluto control de su portador. Las manos de Levin también van y vienen, pero parecen moverse con total libertad, como si estuviesen en modo automático. La disociación es tal que uno no sabe si el músico tiene consciencia ni control sobre lo que está realizando. Sea como fuere, el resultado es asombroso. Ayudados por la percusión electrónica y una batería de efectos, el trío amplía a la décima potencia sus posibilidades de expresión.
Llega finalmente el momento de la individualidad. Bernier toma el primer lugar, desplegando hermosas melodías con su arco y haciendo un uso excepcional de los loops (similar a las actuaciones del famoso stickista argentino Guillermo Cides). Suavemente una pieza bella va naciendo. De su instrumento emerge el canto de una grulla perdida en una planicie de oriente, que luego se convierte con rapidez en un intrincado paisaje virtuoso, pero que aún retiene su potencial estético. La pieza se esfuma en el tiempo, y Levin se asoma a reemplazar a su discípulo. Con la convicción de que puede y quiere ser el supremo iconoclasta, desarrolla una música muy a su estilo propio, compleja tanto en rítmica como en armonía. Finalmente nos quedamos a solas con Mastelotto y su arsenal electrónico. De forma progresiva, va desatando ritmos programados y desplegando toda su técnica sobre ellos. Sus compañeros se le suman en la búsqueda musical, con Bernier estrenando su voz en lo que finalmente termina siendo Scarlet wheel, otra composición nueva de la banda. La música es poderosamente introspectiva, lo cual da ganas de simplemente cerrar los ojos y flotar por el espacio-tiempo.
“A nosotros nos encanta improvisar”, dice Levin con un castellano atravesado, demostrando ser un verdadero alumno de la escuela Fripp. Dicho y hecho, el trío se embarca en un elaborado jam, en el cual Mastelotto se luce con un dominio de los ritmos alucinante. La música se desarrolla carente de todo tipo de marco o contexto, explorando la absoluta libertad. Por momentos uno puede imaginarse que se encuentra frente a un conjunto de robots que interpretan una “sinfonía industrial”.
Luego de la experimentación, la banda se propone descubrir la respuesta a una pregunta que atormenta a varios de nosotros: “¿Como sonaría la música de Bach si hubiera nacido 350 años más tarde y hubiese sido fan de Weather Report?”. Y les aseguro que el tema Fugue es sin duda la respuesta correcta, una pieza que todo amante de la música se encuentra en la obligación de oir.
Una atmósfera densa y oscura abre paso al tan esperado Firebird suite, con ambos stickistas aferrándose a sus respectivos arcos. La música agresiva y sumamente percusiva de Stravinsky es el marco perfecto para desatar la furia artística de la banda. Esta obra que en su momento catapultó a la gloria internacional al joven compositor ruso, narra la leyenda folklórica del pájaro de fuego, un ser cuyas plumas cambiaban constantemente de color y que era tanto una bendición como una maldición para su captor. Del mismo modo que la historia, la obra presenta cambios bruscamente disonantes y variaciones constantes de matices. Las cuatro secciones de las que está formada la obra conforman en mi opinión, el punto más alto de su actuación.
Luego de entregar un tema más, la banda se despide de su público, pero es traído nuevamente al escenario por una ensordecedora ovación. Con dos temas más bajo la manga, los músicos se embarcan nuevamente en el desafío estructural que marca cada una de sus presentaciones. Nos permiten adentrarnos unos momentos más en aquel mundo paralelo que construyen día a día, en el cual las métricas fluyen intercambiables en un mar de libertades armónicas. Cuando ya estaban despidiéndose nuevamente, Levin recuerda que faltaba todavía algo más. Sale corriendo a agarrar su stick y comienza a tocar un riff conocido por todos. El excelente Elephant talk resulta ser el cierre perfecto para semejante velada. Un regalo que el público argentino, habitantes de la segunda casa de King Crimson, agradecerá eternamente.
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