28 septiembre, 2009

Expresiones Futuristas (parte 2 de 5)

“Es desde Italia que lanzamos al mundo este violento, disturbante, e incendiario manifiesto de nuestra creación. Con él, a partir de hoy, establecemos el Futurismo, porque queremos liberar esta tierra de la olorosa gangrena que conforman los profesores, arqueólogos, guías turísticos y directores de anticuarios”.
Con este golpe de estado, los futuristas tomaban el liderazgo de la cultura, desplazando a la oligarquía gobernante. Imponiendo un nuevo orden, basado en la libertad absoluta y en la humanidad como fuerza omnipotente. Este era el comienzo de la vanguardia como forma de vida, algo que, para cumplirse, necesitaba desterrar violentamente el pasado. Toda regla, todo estándar, toda limitación era no sólo dejada de lado, sino también hecha trizas deliberadamente. “No queremos ningún papel en él, el pasado, nosotros los jóvenes y fuertes Futuristas!”
Pero era de extrema necesidad crear un código artístico a seguir, alguna pauta que dé a entender a las jóvenes mentes creadoras cómo adherirse al movimiento. De esta forma la pintura, por ser quizás el arte con la mayor capacidad de transmitir los principios de este nuevo movimiento, recibió el primer escrito exclusivo, el Manifiesto Técnico de la Pintura Futurista . En él se explayaron aquellas características futurístas que la pintura (junto con la escultura) era la más indicada para representar. El objeto en sí, de ahora en adelante carecía de independencia. Se convertía en uno con sus alrededores, influenciaba y era influído por aquellos elementos y escenas con los que coexistía.


Carlo Carrà - The funeral of the anarchist Galli
Más que basarse en las figuras y objetos, la pintura se centra en el movimiento y las emociones, en la búsqueda de representar el caos con total fidelidad.

Las técnicas más utilizadas por estos artistas fueron el cubismo y el divisionismo, herramientas que les permitían expresar la compleja experiencia de una persona en el mundo moderno. La primera cumplía el rol de privar a cada objeto de su esencia individual, rebajando a todo elemento, sea de la índole que fuera, a un único nivel absoluto donde el todo coexistía con el todo. La segunda, volvía difusas las divisiones entre los objetos y su entorno, como ya se expresó previamente, unificando las formas en una vorágine de violencia indomable.


Umberto Boccioni - The city rises
Una ciudad con sus fábricas y chimeneas determina el paisaje, a través del cual un caballo furioso se abre paso a pesar de los intentos de la gente de retenerlo. Hombres y bestia se funden en un mismo esfuerzo dinámico. La revolución había llegado, y nadie podía frenarla.

El universo lejos de ser estático, se convertía en una fuerza imparable en continuo movimiento. En un intento de visualizar y representar la realidad desde un punto de vista típico de la física relativista, la cuarta dimensión cobraba vida en las obras. Las líneas se volvían difusas al introducir el tiempo en una obra de arte. Todo cuanto existía era un continuo, dependiente del pasado y del futuro. La realidad era atravesada por la columna vertebral de la existencia, convirtiendo todo en meros procesos.

Giacomo Balla - Abstract speed + sound

Nada es trascendental en un universo veloz, ni los retratos ni los paisajes representan la realidad como verdaderamente es. Únicamente la velocidad misma tiene la capacidad de representar con fidelidad al mundo.

Esta carrera frenética hacia el fin, aquel fin en el que el hombre habiendo derrotado a la naturaleza se alce como la fuerza extrema del universo, era el centro de la obra futurista. Carecía de sentido perder el tiempo en retratos, escenas y paisajes cuando la omnipotencia era inexplicable a través de ellos. Era necesario recurrir a la furia y la destrucción, la velocidad y el vértigo, el esplendor absoluto.
La escultura estaba al borde de sufrir una revolución también. Algunos artistas, frustrados por las limitaciones del lienzo, sintieron la implacable necesidad de construir obras en las cuales darle volumen a los moviemientos y hacer que la velocidad cobre vida. Nacía asi el Manifiesto Técnico de la Escultura Futurista. De esta forma, la escultura dejaba de ser una representación física de un objeto, y pasaba a ser la expresión de una evolución, una transformación y una comunión entre ser y universo.

Umberto Boccioni - Unique Forms of Continuity in Space

Expresión absoluta del movimiento y el dinamismo. La figura fluye a través de su entorno, en una continuidad sintética que penetra en las contradicciones temporales del arte.

Aunque tardó en llegar, la participación del futurismo en la política resultó inevitable. El mismo Manifiesto original escondía en su seno una fuerte convicción moral, junto con una – se la podría llamar – extrema necesidad de implementarla. "Glorificaremos la guerra – única forma de higiene del mundo – el militarismo, patriotismo, el destructivo gesto de los dadores de paz, las bellas ideas por las cuales vale la pena morir, y el desprecio por la mujer." Fuertemente influenciados por sectores políticos extremistas, los futuristas veían y vivían el mundo al límite, un caos absoluto en el cual la destrucción era la herramienta preponderante. Intensamente patrióticos y beligerantes, estos artistas y filósofos no tardaron en generar un Manifiesto Político. En la época de preguerra, se los conocía por sus manifestaciones nacionalistas y anarquistas, destruyendo banderas austríacas debido a la presencia del imperio Austro-Húngaro en el norte italiano. La Primera Guerra Mundial encontró a los futuristas divididos en distintos grupos, consecuencia lógica de su radicalidad absoluta, difícilmente sostenible entre distintos individuos. Muchos de ellos zarparon hacia las trincheras para no volver jamás, y los que permanecieron se aislaron y enflaquecieron, hasta que su llama lentamente se extinguió.
Una ideología que se autoconsumió, vencida por la misma violencia que sus defensores concibieron. Ellos crearon una explosión sin precedentes, y la alimentaron al punto que se convirtió en humanamente inmanejable, sucumbiendo ellos mismos agotados por su peso. Su onda expansiva fue retomada a lo largo de la historia en diversos momentos y lugares, pero jamás con aquel mismo impulso demoledor, que hoy en día se mantiene vivo en su primer manifiesto, capaz de erizarle la piel a cualquiera que se atreva a leerlo. El futurismo está hoy en día detrás de cualquier arranque de vanguardia, de cualquier renovación artística y revolución filosófica. Respira aún, escondido entre el arte avant-garde, esperando que algún grupo de jóvenes le ofrenden sus almas como alimento, para regresar estruendosa a cambiar nuestras vidas para siempre, una vez más.

18 septiembre, 2009

¿Qué es la música? [Filosóficamente]

La música es el sonido mismo de los sentimientos” – Autor desconocido
La música es la poesía del aire” – Jean Paul Friedrich Richter


La música es una de las creaciones más exclusivas y personales del ser humano. Desde los tiempos del patriarca Jubal, padre de todos los que tocan la lira y la flauta, hasta el día de hoy, la música es en su esencia uno de los tesoros más amados por la humanidad. Generación tras generación la gente ha vivido al son de la música. Esta tendencia musical innata del hombre es la que ha despertado la curiosidad de pensadores y filósofos, siendo por algunos momentos considerada el máximo regalo de Dios, y por otros el supremo don humano. Y es que la concepción misma del arte sonoro es una absoluta contradicción. No existe expresión más pura y poderosa a la vez, capaz de atravesar la mismísima alma de las personas y moldear sus sentimientos y personalidades de forma totalmente caprichosa. La música nos da identidad, seguridad, placer y energía, al punto que Nietzsche afirma que la vida sería un error sin ella. Al mismo tiempo, es algo totalmente despreciable (desde un punto de vista absolutamente objetivo). No suple una necesidad básica ni existencial, y ni siquiera es algo que se pueda poseer. Nuevamente – con una objetividad que ralla la locura – la música es ni más ni menos que la percepción de diferencias de presión en el aire por parte de nuestro oído. ¿Entonces como puede ser que no podamos vivir sin nuestras preciadas variaciones de presión?
La realidad es que el hombre, junto con una mente privilegiada, una consciencia y un alma, ha adquirido ciertos… digámosle, caprichos. Uno de estos caprichos puede resumirse en dos palabras: armonía y balance. El ser humano no sólo busca, sino que necesita creer en un orden universal, armónico y balanceado. Un orden que describa el movimiento de los astros, que prediga el clima y que explique las interacciones entre los elementos. Algo, cualquier cosa, que nos libre de la terrible conclusión de que vivimos en un mundo caótico. Incluso la entropía, o tendencia al desorden, tiene que ser conceptualizada de forma ordenada, en principios y ecuaciones. Nuestro entorno tiene que ser pulido, de forma tal de llegar al punto de poder predecir y ver patrones en todo. Llegamos al punto de necesitar saber exactamente donde se encuentra cada una de nuestras pertenencias, y formar un mapa mental de todos los lugares que conocemos. Es que el hombre no sólo vive en el mundo, sino que se apropia del mundo. Y es durante este proceso de apropiación en que debemos transformar al caos en orden. Nos guste o no, somos seres vivos, y como tales, somos un conjunto de materia ordenada. Poseemos un cuerpo ordenado, que percibe ordenadamente su entorno mediante los sentidos; y una mente ordenada, que almacena ordenadamente recuerdos y sentimientos. Por lo tanto, es necesario que el cosmos sea ordenado, ya que sino no va a poder ser percibido ni entendido.
Es así que se crea la ciencia, aquella preciosa herramienta que más allá de explicar, trae paz a nuestros inquietos corazones. Con ella podemos adueñarnos de nuestro entorno, y exclamarle al mundo “¡Soy tu dueño, porque sé cómo funcionas!”. En este proceso de comunión casi espiritual con la existencia encontramos nuestra verdadera identidad.
Una vez que somos dueños de nuestros alrededores, podemos pasearnos felizmente por el bosque de la experimentación, que no es ni más ni menos que un juego pero con un nombre más importante. Y es a través de este juego que la música cobra vida. Nos adueñamos de las maderas y los metales, de las vibraciones y de las presiones, incluso de las moléculas de aire. A través de la música somos sus maestros, aún sin poder verlas. Las ordenamos y disponemos de ellas de la forma que queramos, las obligamos a ir y venir a nuestro antojo. Y obviamente, lo hacemos de forma tal que adopten una armonía y un balance. Un ritmo definido, palpable como el sonar de nuestros corazones, sirve de esqueleto para que podamos expresarle al universo, a través de hermosas melodías, lo que anhelamos de él. Comunicarnos con la creación misma, entrar en armonía con el cosmos, sentir la fuerza creadora de Dios recorriendo nuestro cuerpo. Tomar el mundo como elemento para entablar una conversación con él mismo, y utilizar los elementos que él nos provee para decirle como queremos que sea. La música es trascendencia, al punto tal que va más allá de las palabras que puedan llegar a intentar describirla.
Desde mi punto de vista, la humanidad jamás se acercará tanto a los cielos como lo hace a través de la música. Ni las antiguas pirámides mayas y egipcias, ni las inmensas catedrales europeas, ni los recientes rascacielos pueden alejar al hombre de su mundana vida cotidiana y transportarlo a la bóveda celestial. Y esto es porque no importa la altura a la que se encuentren nuestros cuerpos, la única forma de elevarnos como seres es viajar con el poder de nuestras almas. Y la música es ni más ni menos que una escalera celestial para el espíritu. Combinando una pureza absoluta, inhumana prácticamente, con una fuerza emotiva digna del más allá, la verdadera música es alimento para el ser. Es maná, creada para regocijo del alma.
Ahora sí podemos entender porqué aquellas ondas sonoras son tan fundamentales para nosotros, a pesar de su aparente insignificancia. Son estas vibraciones que hacen que nos comuniquemos con lo externo y lo interno a la vez, generando un vínculo único entre alma y universo, proveyéndonos de sentido e identidad. Son estas frecuencias que nos hacen comprender y experimentar tanto lo mundano como lo celestial, sirviendo de puente entre las realidades más disímiles que se puedan imaginar. Convirtiendo nuestros entornos en algo manipulable y entendible, es la música el súmmum de la curiosidad humana, siendo a través de los sentimientos que expresamos con ella que podemos racionalizar nuestra existencia.

¿Qué sería de nuestro pobre corazón miedoso si no pudiera aferrarse a estas contradictorias ondulaciones?

15 septiembre, 2009

Manifiesto Futurista (parte 1 de 5)

El 5 de febrero de 1909, un pequeño diario italiano publicaba un artículo que iba a cambiar la historia de la humanidad para siempre. El mundo iba a ser tomado por sorpresa, creyéndose a salvo detrás de una muralla de conformidad y rutina, para ser desnudado y expuesto de una forma tal que nunca más volvería a ser el mismo.
Seguramente aquel era un día como cualquier otro dentro de la imprenta de La gazzetta dell’Emilia, un diario regional de la ciudad de Bologna. Los empleados iban de acá para allá, dando los últimos toques de edición, imprimiendo y empaquetando todo, como si aquel fuese simplemente un día más de sus vidas. Jamás se habrían imaginado, ni ellos ni nadie, que un diario minúsculo podía albergar un gigante en sus entrañas. Junto con las noticias del día venía, escondido, abriéndose paso con esfuerzo a través del conformismo reinante, una declaración. Un discurso ferviente, un código, una nueva forma de vida, una libertad inigualable… un manifiesto. El Manifiesto Futurista. A partir de ese momento la reacción en cadena fue imparable. De Bologna a Paris, de Paris al mundo. En tan solo 15 días el sonido de las ataduras quebrándose colmaba todos los rincones del mundo. Pero ¿qué tenía de especial este manifiesto? ¿Cuál era aquel secreto tan revolucionario que escondían sus palabras? El Manifiesto Futurista era el inicio de una nueva era.
Pero una revolución no es nada si no tiene alguien a quien destronar, si no tiene un enemigo jurado por quien daría la vida con tal de verlo acabado. Y Filippo Tommaso Marinetti y su séquito de intrépidos filósofos tenían muchos. Ellos tenían una visión de un mundo diferente, un mundo veloz, violento, brutal. Un mundo de dinamismo absoluto, de potencia desgarradora y de destrucción constante. Y estaban dispuestos a todo con tal de lograrlo.
“Pretendemos cantar sobre el amor al peligro, el hábito a la energía y a la falta de miedos”, decía el primer punto del manifiesto, que como una cuchilla, desgarraba el velo conformista que cegaba la vista de los hombres. La velocidad, atractiva y poderosamente adictiva, iba a ser el emblema del futuro. La batalla, su fuerza motora. Los futuristas buscaban componer odas a la unión del hombre con la máquina, poemas a la audacia y a una nueva belleza, una belleza fugaz, que había sido otorgada a la humanidad para enriquecimiento del planeta. El pasado tenía que ser arrancado de raíz; los museos, meros cementerios, debían ser reemplazados por fábricas; el silencio, sofocado por el constante tronar de las máquinas. El mundo se encontraba en el promontorio de los siglos, en donde el tiempo y el espacio habían sido destruídos por una velocidad eterna y omnipresente, dejando al hombre librado únicamente a lo absoluto. ¡¿De qué servía mirar para atrás?! Y el arte, aquella expresión pura de la condición humana, debía ser la primera en develar ese fervor contenido en el corazón de las personas. La literatura debía dejar de lado la inmobilidad y el ensueño de las que era presa. La poesía debía tomar al corage y la audacia como estandartes, y el poeta debía vivir sumido en el ardor y el esplendor de la furia absoluta, de forma tal de hincharse de fervor y alimentar con él su arte. “Ninguna creación puede convertirse en una obra maestra sin un carácter agresivo. La poesía tiene que ser concebida como un ataque violento sobre fuerzas desconocidas, de forma tal de reducirlas y postrarlas frente a la humanidad” rezaba el séptimo punto del manifiesto. La humanidad, absoluta, eterna, dueña del universo, conquistaba a sus adversarios a través del arte, el arte de la guerra. La música, aquella forma pura del sentimiento como la había definido ya Schopenhauer, poseía un papel primordial en el futurismo. Era su labor cantar sobre aviones y trenes circundando la tierra sin descanso, como viajeros atemporales que carecen de destino; sobre fábricas tiñendo el paisaje de revolución y llenandolo todo con su aroma a progreso; sobre regimientos y batallas golpeando de forma certera la realidad, devastando y purificando. De esta forma, servía de adoración a la creación humana, y rendía sus oleajes polifónicos y sus cromáticas armonías y brillantes cadencias al futuro. Ese futuro que el 5 de febrero de 1909, se convertía en presente.

12 septiembre, 2009

Introducción

Imagínense que de repente abren sus ojos y se ven inmersos en el vacío absoluto. No hay rastros de luz ni de materia, como si hubiesen sido transportados a los confines mismos del universo. La fría oscuridad penetra a través de sus retinas y los inunda una sensación de terrible soledad. Buscan con desesperación algún indicio de vida, algo que les de algún tipo de esperanza a la cual aferrarse. Algo que les de sentido dentro de aquel océano de nada. Pero la existencia ha cesado de existir; no hay ni un rastro de esperanza, ni un hilo de tranquilidad. Solamente existen ustedes, un olvidado ser dentro de un mar de olvido. Tienen miedo, y por primera vez, contemplan su insignificancia. Ni siquiera ustedes mismos existen, por lo menos no físicamente. Han dejado de poseer un cuerpo, son meramente una presencia. Una presencia inapreciable. Un simple pensamiento, una sensación, colgando del vacío. Un ente reducido a su mínima expresión. Un mero capricho cuántico. Las horas pasan, o no, ni siquiera hay rastros de la existencia del tiempo. Lo que si existe es una tensión, una fuerza destructora que desgarra su entendimiento. “No pertenezco acá” se repiten a sí mismos, una y otra vez, tratando de mantener la cordura. Se les ocurre que quizás esta nada se encuentra poblada por millares y millares de entes como ustedes, tan inapreciables e inexistentes como ustedes, pero no saben si aquel pensamiento les genera tranquilidad, o todo lo contrario. Las eternidades se suceden, una tras otra, y ustedes inmutables, un simple punto de paranoia en la soledad.
Hasta que un día, tenue como el primer copo de nieve que arrastra la llegada del invierno, ven un punto. Lejano y menguante, algo titila en la distancia. Tardan siglos en entender que es ese punto, ya que la soledad les había borrado toda clase de entendimiento. Pero se empieza a acumular una energía dentro de ustedes, una necesidad y una atracción que lentamente reemplaza la locura. Nuevamente se ven abrumados por una sensación de vida y una percepción de existencia. Sus sentidos se potencian, sus sentimientos se acumulan hasta que la tensión se torna extrema y explotan. Salen disparados a la velocidad de la luz, como una partícula diminuta surcando el vacío. A cada segundo se acercan más al misterioso punto, ese punto que aguardaron tanto por encontrar. Aumentan su velocidad, al ritmo que aumentan su existencia. La luz los invade, y con ella, recobran un sentido. ¡Existen!
De a poco, la soledad los va soltando, y junto con ella desaparecen la tristeza y el temor. Aunque todavía a la distancia, el punto los recibe, envolviéndolos en una agradable sensación de pertenencia. Dejan de tener frío y miedo. “Casa”, es la única palabra que les resuena obsesivamente, una y otra vez en la cabeza. A medida que se acercan, el punto se agranda y va cambiando de formas. Ahora una pelota, ahora un círculo, luego un disco, finalmente una espiral. Una espiral de luz y calor. ¡Es toda una galaxia! ¡”Su” galaxia!
Lentamente comienzan a existir nuevamente. Ya no son un punto miedoso en el vacío, son una bola de fuego surcando el universo, brillando con la más pura de las energías. De a poco empiezan a escuchar cosas, primero murmullos inentendibles y ecos lejanos. Pero a medida que sus oídos se despiertan, los sonidos se van transformando en bellas melodías, que se entrelazan y potencian entre sí, hasta conformar el himno más bello que jamás hayan oído. Se acercan ustedes a un universo musical sin paralelo.
Un universo donde el amor a la música es la fuente de luz, brillando implacable en el centro de la existencia, como un sol inmensamente poderoso. De él manan, como rayos y ondas, infinitas melodías y ritmos que bañan todo el sistema. Desde los planetas más chicos a los más grandes, todos ellos se alimentan de esta fuente musical, adueñándose de ella, interpretándola y convirtiéndola en propia. Por más disímiles que resulten a primera vista, todos ellos se merecen un lugar en este universo musical en constante movimiento.

Aquí intentaremos crear este universo, y juntos, recorrer e indagar en los secretos de cada uno de sus mundos.