15 noviembre, 2009

Retrato de una semana musical, parte 2

La comunidad Amijai suele brindar recitales de primer nivel, siempre en busca de la excelencia en cuanto a la calidad tanto de los intérpretes como de las obras a presentar. En este mismo sentido, se realizó el miércoles 28 de octubre el primero de una serie de recitales que tienen como protagonista al Ensamble Instrumental de Buenos Aires. Esta recientemente creada agrupación nuclea a algunos de los solistas más reconocidos del ámbito local bajo una misma intención, ofrecer al público un variado repertorio de música de cámara con especial énfasis en obras poco tocadas. Se destacan entre sus filas Pablo Saraví, Primer Violín Concertino de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires y de la Camerata Bariloche; Kristine Bara quien también forma parte de la Filarmónica de Buenos Aires y de la Orquesta Estable del Teatro Colón; Myriam Santucci, egresada de Jiulliard y que ha participado como solista con las orquestas de prácticamente todos los estados de EE.UU.; y muchos otros músicos de renombre. En su conformación actual se cuentan 4 cuerdas, 5 vientos y piano.
Era de esperar que la crítica alabara la precisión del Ensamble en sus primeras presentaciones. Sin embargo también había otro denominador común a todo comentario sobre los recitales de esta agrupación, y era que le daban excesiva importancia a obras intrascendentes. En su afán por tocar música poco conocida, caían en interpretar obras que no poseían una esencia propia, y sus recitales perdían mucho del atractivo inicial. Curioso por comprobar esto por mi mismo, compré el abono para los tres recitales que iban a dar en el templo de la comunidad Amijai. El primero de ellos sonaba realmente prometedor, ya que constaría del quinteto La Trucha de Schubert, junto con La Historia del Soldado de Stravinsky. La perfecta combinación entre clasisismo y modernismo, esta configuración garantizaba agradar a todo oyente, con cierta tendencia a la diversidad sin descuidar de las obras clásicas e ineludibles.
¡Vaya sorpresa la que me llevé cuando llegué al templo y me di cuenta que habían cambiado el programa! El Schubert seguía ahí firme, pero ni rastros del Stravinsky. En su lugar, se encontraba un Quinteto Para Piano y Vientos (K. 452) de Mozart. Sorprendido y un tanto decepcionado me senté en mi butaca, lamentando haberme perdido de semejante obra. La Historia del Soldado es una obra teatral, musicalizada por Stravinsky, muy virtuosa en su ejecución, y que demuestra ampliamente la capacidad de hacer arreglos del compositor, entrando cada instrumento en el momento preciso y con la frase exacta. Escucharlo de un CD es un tanto tedioso, ya que la actuación y el baile se pierden, junto con todo el diálogo a menos que uno domine el francés a la perfección. Sin embargo verlo en vivo debe de ser toda una experiencia. Nada de eso importaba ya, lo único que restaba era esperar que el quinteto valiera la pena.
Y lamentablemente no lo valió. Esta no es más que una en un millón de las indiferenciables obras que Mozart hizo durante su vida, seguramente compuestas un poco a las apuradas para cumplir con el plazo del encargo, y luego olvidadas para siempre. No es más que un excelente ejemplo de lo que yo llamo la faceta esquemática de Mozart. En las palabras de Stravinsky, quien sólo hizo presencia esa noche en mi cabeza: “Vivaldi no hizo mas que escribir 500 veces el mismo concierto”. Obviamente al lado de la obra del compositor ruso, Vivaldi suena monótono y repetitivo. Si bien estoy de acuerdo con Stravinsky, algo de lo cual me di cuenta hará un año atrás cuando escuchando Las Cuatro Estaciones en el tren me percaté del hecho de que cada tema contiene un único motivo cíclico y sus variante; también creo que el hecho de escuchar 500 conciertos prácticamente iguales, y que cada uno te atrape y tensione como si fuese el primero, es quizás más meritorio aún que divagar detrás de un abanico musical interminable buscando una identidad propia que se presenta inconstante y difusa. Al margen de esta discusión, y extrapolando un poco esta afirmación, hay veces que llego a la conclusión que Mozart también caía en la redundancia artística. Si bien por un lado esto es lógico teniendo en cuenta el volumen de sus composiciones, por momentos tiene la sensación (y créanme yo la tuve esa noche) de que no era necesario componer esa obra. Realmente no hacía falta, no agregaba en nada, no iba a ningún lado. Esta obra en particular, se define como una recolección de distintas frases cortas, prácticamente puñaladas a los vientos, hilvanadas por un piano que sirve únicamente como matriz coherente. Los vientos no tienen ningún tipo de independencia, tocando el mismo motivo ya sea juntos o de a turnos. Esto reduce totalmente las posibilidades tímbricas que se podrían alcanzar si se tratara al oboe como oboe, al clarinete como clarinete, y lo mismo con el fagot y el corno, en vez de simplificar esta fórmula y linealizarla, meramente tratando a los vientos como vientos… y punto. Lo único interesante que resalto de esta carencia de lazos melódicos entre los instrumentos, es que cada uno puede ser fácilmente identificado, y la obra puede ser utilizada para enseñarle a los principiantes a reconocer el timbre del fagot, o del corno, que usualmente por falta de protagonismo son los más difíciles de distinguir utilizando solo el oído. Una especie de Pedro y el Lobo de vientos. Por otra parte los aportes del piano son por lejos los más interesantes, haciendo que un arroyo musical fluya entre los estancados charcos que intentan contribuir los demás instrumentos. Por momentos pareciera que el mismo Mozart está sentado al piano, improvisando la música con genialidad capricho, y que los vientos son algunos de sus amigos, menos dotados, que intentan acompañar la genialidad del maestro. A pesar de la poca expresividad que permite la obra, más allá de la elección no hay nada más que criticarle al Ensamble, cuya precisión a la hora de la ejecución es abrumadora, realmente de nivel internacional.
¿Y qué decir del quinteto de Schubert? Simplemente magnífico, como era de esperar. Una de mis obras de cámara favoritas del período romántico, La Trucha es una de las obras claves del compositor y un excelente punto de partida para todo aquel que quiera conocerlo. La gran presencia de mediantes (3era. nota de la escala) lo vuelve armónicamente muy rica, algo que hasta cierto punto pudo haber influenciado a compositores del romanticismo, período que explotaría al límite las posibilidades sensitivas otorgadas por las escalas mayores y menores. Sin embargo la música va aún más allá en el tiempo, y a través de sus cromatismos predice el advenimiento del modernismo. De esta forma Schubert se muestra a sí mismo en todo su esplendor.
Para hacer una breve conclusión, simplemente quería ratificar lo dicho por la crítica (por algo son críticos, no?). Una agrupación que sobresale por su habilidad, se torna gris por sus elecciones. Si su afán es tocar música novedosa, tranquilamente podrían basar sus elecciones en la obra y no en el “género”, ya que priorizan el formato raro por sobre la obra rara, cayendo en elecciones caprichosas. Si quisieran, podrían optar por tocar tríos o cuartetos de compositores poco representados en los escenarios, en vez de septimios y octetos de compositores muy repetidos. Y además, todavía me deben mi Stravinsky…

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